jueves, 28 de abril de 2016

Selección Teillier

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Y tú que quieres oír, tú quieres entender.
Y yo te digo: olvida todo lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para tí, ni para mí, ni para los iniciados.
Es para la niña que nadie saca a bailar, 
es para los hermanos que afrontan la borrachera
y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas y poderosos.

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Cuando yo no era poeta

por broma dije que lo era.

Yo no había escrito ningun verso
pero admiraba el sombrero aló
del poeta del pueblo.

Una mañana me encontré en la calle con mi vecina.
Ella me preguntó si de verdad era poeta.
Ella tenía catorce años.

Esa vez llevaba un ramo de ilusiones.
Despues una anémona en el pelo.
La tercera vez un gladiolo entre los labios.
La cuarta vez no llevaba ninguna flor,
yo le pregunte el significado de eso a las flores de la plaza
que no supieron responderme.

Ella había traducido para mí poemas de Ferdinand von Saar.
Yo no le dí nada a cambio.
No quería desprenderme ni de una hoja de cuaderno.

Sus ojos disparaban balas de amor calibre 44.
Eso me daba insomnio.
Me encerré mucho tiempo en mi pieza.

Cuando salí la halle en la plaza y no me saludo.
Volví a mi casa y escribí mi primer poema.

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Yo me invito a entrar
a la casa del vino
cuyas puertas siempre abiertas
no sirven para no salir
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“Sí, es cierto, gasté mis codos en todos los mesones. / Me amaron las doncellas y preferí a las putas. / Tal vez nunca debiera haber dejado / el país de techos de zinc y cercos de madera. / En medio del camino de la vida / vago por las afueras del pueblo / y ni siquiera aquí se oyen las carretas / cuya música he amado desde niño. / Desperté con ganas de hacer un testamento / – ese deseo que le viene a todo el mundo – / Pero preferí mirar una pistola / la única amiga que no nos abandona. / Todo lo que se diga de mí es verdadero / Y la verdad es que no me importa mucho. / Me importa soñar con caminos de barro / y gastar mis codos en todos los mesones. / “Es mejor morir de vino que de tedio” / Sin pensar que puedan haber nuevas cosechas. / Da lo mismo que las amadas vayan de mano en mano / cuando se gastan los codos en todos los mesones. / Tal vez nunca debí salir del pueblo / donde cualquiera puede ser mi amigo. / Donde crecen mis iniciales grabadas / en el árbol de la tumba de mi hermana.
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“Mi mundo poético era el mismo donde ahora suelo habitar, y que tal vez deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel mundo poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo. La poesía es para mí una manera de ser y actuar, aún cuando tampoco pueda desarticularla del fenómeno que le es propio: el utilizar para su fin el lenguaje justo para este objeto. Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo. Para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte
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El día Fin del mundo. “El día del fin del mundo / será limpio y ordenado / como el cuaderno / del mejor alumno del curso. / El borracho del pueblo / dormirá en una zanja, / el tren expreso pasará / sin detenerse en la estación / y la banda del regimiento / ensayará infinitamente / la marcha que toca hace veinte años en la plaza. / Sólo que algunos niños / dejarán sus volantines enredados / en los alambres telefónicos / para volver llorando a sus casas / sin saber qué decir a sus madres, / y yo grabaré mis iniciales / en la corteza de un tilo / sabiendo que eso no sirve para nada. / Los amigos jugarán fútbol / en el potrero de las afueras. / Los evangélicos saldrán a cantar a las esquinas. / La anciana loca paseará con quitasol. / Y yo diré para mí mismo: “El mundo no puede terminar / porque las palomas y los gorriones / siguen peleando por la avena en el patio”
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Reina en el lago de los misterios tristeza suma:
los bellos cisnes de cuello negro terciopelo,
y de plumaje de seda blanca como la espuma,
se han ido lejos porque el hombre tiene recelo.

(Augusto Winter)

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