domingo, 30 de noviembre de 2014

Encajados
como dos sucesos completamente complementarios
un sueño incendiado
contigo traspaso mi barrera de realidad 
me adelanto a consumirte, a nacer de nuevo, a entregarme en tus noches de trabajo
me ofrecí a desordenar tu cama, a vibrar en tu cama.

y me extraña la lógica con que tomas las cosas que digo
quizás yo esté un poco loca, pero,
la mente liberal es lógica y la locura como dijo nietzsche también tiene algo de razón
quizás pensamos igual o quizás estamos compitiendo
yo no quiero competir
sólo me da miedo perderme
como perderme a mi misma, a veces soy tuya
a veces soy mía
pero hay algo que no sabes o lo deduces;
es que yo soy una retirada,
quien se embriaga en soledad
y la mayoría del tiempo quedo así.... desierta...
 que eso no te dé pena,
porque cuando estoy contigo inundas mi corazón de lo que es amor y besos,
los guardo para repartirlos por los días que me quedan, antes de volverte a ver

lunes, 3 de noviembre de 2014

Un seductor diario - Gonzalo Arango

A veces soy feliz, especialmente cuando amo. Dejo que la vida me pase por los ojos y me dejo existir con una pasividad que no hace resistencia al temor ni a la idea de morir. El espíritu de inquietud cede sus furores al silencio, y una especie de bruma adormece las impaciencias del alma.

Pero el amor, aunque es mi sentimiento más creativo, no puede ser nunca la imagen de un amor feliz. Tiene que ser, necesariamente, un sentimiento de turbación, de ruptura. Tenerlo a distancia para conquistarlo, en esa lucha radica su belleza. Poseer plenamente un ser es destruirlo. Así, un sol deslumbrante destruye la luz, sofoca la mirada y arruina el esplendor de los objetos. La posesión es mortal al deseo, le roba su encanto, su misterio, ese misterio que es la esencia del amor, su arma más seductora. Por eso, la mujer que oculta su identidad en un antifaz, es excitante hasta la locura: estimula nuestra pasión de posesión, nuestra pasión creadora. Su ocultamiento se abre como un desafío a nuestra sed de conquista.

La mujer, al entregar su amor, debe conservar para sí una zona inédita, de penumbra, ésa que el hombre descubrirá después de la posesión, que casi siempre deja en el espíritu un sentimiento de rendición y nostalgia.

Si en ese proceso de la conquista esa zona se ilumina con la plenitud, los amantes deben renovarla, crearle al cielo de la pasión una nueva estrella y una nueva distancia. Y así, el proceso creador del amor se hará infinito, y el sexo dejará de ser un reclamo transitorio del instinto, para convertirse en un poema de vida y atormentada belleza que sellará su duración, salvándose de las amenazas de la rutina y el tedio.

No proclamo la astucia y la traición que son armas fraudulentas del amor pueril. Quiero excitar a la mujer a una rebelión de su naturaleza para que se sacuda los complejos seculares de la burda dominación que la tienen sometida a un destino miserable de objeto erótico y justificador del egoísmo viril. Esta liberación será posible cuando la mujer decida romper las antiguas estructuras que no le permiten más alternativa que una fatalidad procreadora, y cuando abandone el coqueto narcisismo del eterno femenino, por cuya imbecilidad ha pagado un precio demasiado caro. Entonces sí será un ser humano, un espíritu creador de valores cuyo porvenir no sólo es el hombre, sino la Historia.

Todos amamos alguna vez, y fracasamos un poco. La experiencia, unida a la reflexión sobre los sentimientos, nos enseña a conocer la naturaleza del alma, que es compleja como el misterio del mundo.

El amor tiene dos enemigos mortales: la felicidad total y la desdicha total. Ambos, si se erigen en sistemas eternos de vida emocional, acabarán por destruirlo. Lo ideal sería una verdad de amor cuyo equilibrio radicara en un poco de certeza y un poco de duda; de posesión y de lejanía; de plenitud y ansiedad; de ilusión y nostalgia. En la síntesis de estos opuestos el amor encontrará su centro de gravedad, su energía y sus fuentes de duración.

—¿Por qué nunca dices que me amas?

—¿Para qué? Adivínalo. Si te lo estuviera recordando a toda hora te aburriría y dejarías de amarme.

Tenía razón. Con su silencio ponía en movimiento mi fantasía, me excitaba a una lucha con sus fantasmas interiores, me ponía a dudar, a padecer los terrores de la esperanza, o las dulzuras de la desesperación.

El único porvenir del amor es el presente, y merecerlo cada día. Pues el amor tiene la duración de las cosas efímeras: del día, de la ola, del beso. Su “eternidad” depende de ese movimiento continuo para que una ola forme a la siguiente, y el beso induzca de nuevo al deseo. Con este ritmo incesante el amor puede ganarse como una victoria para cada día, que es mejor que para toda la “eternidad”.

Esa es, en esencia, la naturaleza y el destino del amor: lo que nace, vive, languidece, muere, y constantemente resucita. Y su resurrección dependerá del milagro que no es otra cosa que la Poesía. Pero esta poesía no son versos, ni se refiere a idealismos despojados de carne. Esa Poesía es Vida, está hecha del cuerpo de los amantes, sus deseos, sus silencios, y de cada átomo de energía viviente.

El amor, esa efusión, no es un divorcio del cuerpo y del espíritu, sino sus bodas. No existe el amor carnal ni el amor ideal. Tales prejuicios son aberraciones de la moral. El auténtico amor, el puro amor, es la apoteosis de cuerpo y alma en la unidad viviente de dos seres triunfando sobre la muerte.

Digamos en su honor que el amor es un misterio, y que su única evidencia es que existe. Pues sin duda existe y aclara otros misterios con su poder revelador. A veces, en noches de desamparo y amargo ateísmo, en brazos de una mujer, he descubierto el rostro de Dios. Por eso para mí es sagrado, porque colma en mi alma los abismos de lo divino, la necesidad de un ideal que dé sentido a la vida y haga florecer la tierra. Pues Dios es todo lo viviente, sobre todo una mujer amada, excepto cuando carga el amor de cadenas, de servidumbres, para hacer de la vida un infierno.

Esos pensamientos que imprimo sobre el amor son la respuesta a una pregunta furtiva de una mujer burguesa. Ella quería saber si el amor era para mí algo espiritual o material. Yo le dije con sumo respeto:

—Señora, son las dos cosas, pero en la cama.

Como era célibe y puritana se escandalizó. Pero yo no tengo la culpa de que el rostro de la verdad sea, como en el amor, un rostro desnudo. Mejor dicho, dos rostros desnudos.

Gonzalo Arango

Fuente:

Obra negra. Santa Fe de Bog
Carta a Chepita

Chepita:

Hace un momento te dejé: ya me haces falta.

Hace un momento apenas te dije adiós, y ya ha recorrido mi corazón la eternidad.

Ah —ahora sí estoy enfermo. Enfermo de ti. Enfermo de mí. Enfermo del mundo. Enfermo, desoladamente enfermo.

Penetro en mi soledad (una cama, mi retrato, mis libros, papeles y humo de tabaco) y ya estoy con el miedo de caer a medio cuarto gritando y riendo y llorando y golpeándome la cabeza contra los muebles para ver si soy yo o es otro con mi nombre el que está aquí.

¿Has de creer, así, que tengo miedo de volverme loco?

¡Ay, y qué cansado estoy!

¿Por qué?… La noche aquella me decías tú: “¿por qué?”, “¿por qué?”, “¿por qué?”, “¿por qué?”…

Y la vida sigue siendo eso, un “¿por qué?” constante, pecaminoso, áspero. Y todas las cosas son así porque así son. La vida tiene su secreto; este secreto se llama: “Porque sí”.

Yo creo, en verdad, que la mayor imprudencia que he cometido es no haberme muerto al nacer. Porque eso de estar aquí y no aceptar las cosas como son es debilidad. Bien está que yo piense un mundo mejor; pero antes debo tragarme —es la palabra—, antes debo tragarme, aunque sea por el privilegiado placer del último acto digestivo, este mundo real y verdadero en que disuelvo mi tristeza.

Masoquismo, újule, o neurosis; el caso es que debo escupir para arriba, debo escupirme mi dolor y mi risa y mi concepción —a media sombra— del mundo, y mi angustia y mi temor y mi confianza y todo. Debería yo hacerme pura saliva para mancharme la cara, la pobre cara melancólica y seria que espanta la vida de mis ojos.

¿Carta de enamorado? No. Dios me libre de escribirte cartas de enamorado.

Te escribo aquí mi ira, mi conflicto, mi dolor que es la forma más sincera de decir “te quiero”.

No estoy ahora para pensar en astros, aunque piense en ti.

Qué tontas me parecen en este momento la luna, y las rosas y las palabras tiernas, cuando estás tú aquí tan ausente, tan ausente, a media hora de mis labios y tan lejos, a media hora de mi corazón y tan distante.

¡Ah, mi soledad en que germina esta inmensa tristeza del mundo!

¡Qué pequeños parecemos tú y yo en medio de este silencio, absorto e indiferente!

Chepita, mi Chepita, amor mío tan mío.

En esta rechingada hora de insomnio y de vergüenza estás presente, te necesito, te amo hasta quién sabe dónde, más, mucho más allá del amor y de la vida, te amo hasta la muerte; de tal modo que en vez de decir “te quiero” necesito decir: te muero, me muero en ti, me muero.

Me aniquilo en tu pensamiento, me destruyo en mi pensamiento de ti. Acabo, no existo, no soy; soy en ti, en el amor, soy en mí, soy en la muerte; me llamo principio, fin, causa, origen, destrucción, acabamiento. Vida y muerte. Cielo, infierno —20,000 infiernos, sólo un cielo—, Chepita, Jaime, etcétera, Jaime, Chepita, amor y fin. Y fin, y fin, y todo y fin.

Y algo más. Pero quién sabe. Y algo más todavía.

Bueno. Siempre queda una cosa imposible, inefable. Piensa —yo pienso— en ella.

Tratemos de dormir ahora.

Hasta mañana, amor.

¿Hasta mañana?

Ay, amor, soñemos.

J.

"
Jaime Sabines